En una serie de movidas que parecen sacadas de una película, han convertido las rutas en verdaderos campos de batalla, bloqueando el tráfico y arrojando verduras importadas como forma de protesta. La causa de tanta bronca: la lucha contra las importaciones baratas, los costos por las nubes y una burocracia que parece no dar tregua.
Las manifestaciones, que arrancaron con fuerza en el suroeste de Francia, ahora se acercan a París, marcando el primer gran desafío para el flamante Primer Ministro, Gabriel Attal. Mientras el jefe de gobierno convoca reuniones para buscar soluciones, los agricultores suben la apuesta con tractores y fardos de heno bloqueando las principales arterias del país, el mayor productor agrícola de la Unión Europea.
Los sindicatos agrícolas están que arden, y no descartan llevar su protesta hasta el mismísimo corazón de París. De hecho, ya han organizado una marcha lenta de tractores que ha complicado el ya caótico tráfico de la capital francesa. Pero no solo eso: el poderoso sindicato agrícola FNSEA ha presentado al gobierno una lista de 100 demandas, que incluyen desde mejoras en la aplicación de leyes que protegen los precios hasta ayudas concretas para sectores específicos como los viticultores y los agricultores orgánicos.
El conflicto se siente con especial intensidad en el sector lácteo, donde los productores sienten que las medidas antiinflacionarias del gobierno están jugando en contra de leyes diseñadas para sostener los precios. Y en el medio de todo este lío, los minoristas franceses están en plenas negociaciones de precios con proveedores, con la presión gubernamental de concluir acuerdos a fin de mes.
El gobierno de Emmanuel Macron está en una encrucijada, temiendo que este malestar contagie a agricultores de países vecinos y consciente de que los agricultores podrían inclinarse por la extrema derecha en las próximas elecciones al Parlamento Europeo. La líder de esta corriente, Marine Le Pen, no ha perdido la oportunidad de criticar al gobierno, acusándolo de jugar un doble juego y de favorecer regulaciones que perjudican al sector agrícola.
Y mientras las discusiones y las reuniones se suceden, los agricultores del suroeste han dejado claro que no van a quedarse de brazos cruzados, apuntando su descontento hacia objetivos simbólicos como edificios gubernamentales y grandes cadenas de supermercados, bajo la atenta mirada de las autoridades.
En este escenario, Francia se encuentra en un momento decisivo, con sus agricultores alzando la voz y exigiendo cambios reales y concretos. La pregunta del millón: ¿será este el punto de inflexión para un sector que se siente olvidado y relegado? El tiempo dirá.