Jorge Mario Bergoglio, el Papa venido "del fin del mundo", recibió este sábado su último adiós en una plaza San Pedro teñida de emoción y reflexión. La partida de Francisco, argentino y profundamente conectado con las causas rurales y sociales, abre un debate decisivo: ¿la Iglesia profundizará las reformas que él sembró o volverá sobre sus pasos?
Francisco no solo fue el primer Papa latinoamericano: fue también el primer pontífice que llevó la defensa de la tierra, de los pequeños productores y del cuidado de los recursos naturales al centro de la agenda global. Con su encíclica "Laudato Si", el jesuita subrayó la urgencia de proteger la "casa común", una visión que resonó fuertemente en los campos de Argentina, América Latina y el mundo, donde la producción agropecuaria enfrenta desafíos crecientes ante el cambio climático.
Durante 12 años de pontificado, Francisco no fue un líder de gestos vacíos. Descentralizó el poder eclesiástico, promovió la participación de laicos y mujeres en puestos de decisión, y se enfrentó a estructuras corroídas por la corrupción y el abuso. En el agro, su legado se traduce en un renovado llamado a la sustentabilidad, a la defensa del trabajo rural y a la protección de los bienes naturales como pilares de una economía más justa y solidaria.
Para la historia quedará su imagen sencilla, cercana, que rechazó el boato papal, optando por vivir en una humilde habitación de la Casa Santa Marta. También quedará su coraje al impulsar la apertura de archivos vaticanos sobre la última dictadura argentina, un gesto de memoria y justicia que impactó en toda la sociedad.
Hoy, con 138 cardenales habilitados para elegir a su sucesor, la Iglesia Católica enfrenta una encrucijada. De los votantes, 108 fueron designados por el propio Francisco, muchos provenientes de América Latina, África y Asia, regiones donde la tierra, la fe y el trabajo rural siguen siendo el alma de las comunidades.
El agro argentino, que tantas veces encontró en las palabras del Papa un eco a su esfuerzo diario, también despide a uno de los suyos. Su mensaje, claro y potente, sigue vigente: "Estamos todos en la misma barca y aquí nos salvamos todos o no se salva nadie". Un llamado que, en tiempos de incertidumbre climática y geopolítica, cobra más fuerza que nunca para el campo y para el mundo entero.
El desafío ahora es recoger sus semillas de cambio y convertirlas en frutos duraderos. No solo para la Iglesia, sino para cada rincón donde la tierra es esperanza.