La creciente disputa comercial entre Estados Unidos y China ha llegado a una nueva fase, y América Latina está quedando atrapada en el fuego cruzado. Con una ofensiva diplomática encabezada por Donald Trump, Washington busca recuperar su influencia histórica en la región y limitar el avance chino, que en las últimas dos décadas se ha transformado en uno de los principales socios comerciales, financieros y estratégicos del continente.
En apenas una semana, la Casa Blanca desplegó una batería de acciones: envió al secretario de Defensa a Panamá, recibió al presidente de El Salvador en Washington y envió al secretario del Tesoro a Buenos Aires, donde dejó clara su postura: Argentina debe alejarse de la financiación china.
"El objetivo es evitar que se repita lo ocurrido en África", afirmó Scott Bessent, funcionario del Tesoro, señalando que los acuerdos chinos imponen deudas y concesiones sobre recursos estratégicos. En paralelo, se han impuesto sanciones secundarias a países que comercian con Venezuela -principal proveedor de petróleo a China- y se promovieron compras de puertos en Panamá para reducir la influencia asiática.
Desde México hasta Argentina, los gobiernos enfrentan crecientes presiones para elegir un bando. Países como México, Colombia y Centroamérica están "casados con EE.UU.", como describen desde la consultora Eurasia Group, mientras que Brasil, Perú y Argentina mantienen lazos sólidos con China, incluso bajo liderazgos ideológicamente opuestos.
En 2024, el comercio entre Brasil y China superó los 158.000 millones de dólares, casi el doble que con EE.UU. Tras los anuncios arancelarios de Trump, Pekín redobló su apuesta: aumentó sus compras de soja brasileña y reforzó sus relaciones con socios regionales.
Argentina, bajo la presidencia de Javier Milei -aliado ideológico de Trump-, mantiene un tono ambivalente: aunque calificó a China como una "dictadura asesina" durante la campaña, ya en funciones la definió como un "gran socio comercial". La necesidad de sostener exportaciones, swap de monedas y proyectos de infraestructura con capital chino ha impuesto una postura más pragmática.
El agro, una pieza clave en la geoestrategia
El sector agropecuario es uno de los más impactados. Mientras China sigue comprando soja, maíz y carne a gran escala, EE.UU. busca condicionar esas relaciones con sanciones y presión diplomática. Esto afecta decisiones comerciales clave y puede derivar en redireccionamiento de flujos, aranceles y nuevas barreras.
La situación pone en riesgo acuerdos vigentes y proyectos en curso, como obras de infraestructura con empresas chinas en Perú y Colombia, o el uso de swaps con el Banco Popular de China que hoy sostienen reservas de países como Argentina.
¿Libre comercio con EE.UU.? Un objetivo difícil
Milei propuso un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. Sin embargo, expertos advierten que ese objetivo es poco realista en un contexto en el que Trump avanza hacia políticas cada vez más proteccionistas. "Es como darse cabezazos contra la pared", resumió la analista Jimena Zúniga, de Bloomberg Economics.
Además, los recortes en la Agencia de Desarrollo de EE.UU. y la falta de líneas de crédito activas para la región reducen las herramientas de Washington para competir con el músculo financiero chino.
Lo que está en juego es mucho más que una puja entre dos potencias. Es la redefinición del lugar de América Latina en el nuevo tablero global. En este escenario, el agro, la infraestructura y la política financiera regional están en juego. La región deberá navegar con equilibrio, evitando la trampa de una falsa dicotomía y apostando por relaciones inteligentes y diversificadas.