Ellos deberían ser una pareja perfecta, como un bife y un vaso de Malbec. La Argentina tiene tierras fértiles y productores hábiles. China tiene 1.400 millones de bocas para alimentar. El comercio bilateral debería estar crepitante. Pero la política argentina es tan errática que muchas veces China queda preguntando: ¿dónde está la carne?.
En 2018, China abrió su mercado para la carne argentina. Primero, el comercio estalló. No obstante, en 2021 la Argentina se apareció con una prohibición para exportar carne. "Los chinos no lo podían creer," recuerda Patricio Giusto del Observatorio China-Argentina, un instituto de investigación.
La lógica enrevesada fue así. Los precios internos de la carne estaban aumentando, molestando a los argentinos amantes del asado. El presidente Alberto Fernández razonó que si él detenía a los extranjeros que devoraban la carne argentina, habría más para los consumidores domésticos. La prohibición hizo muy poco para detener la inflación, que ahora es de casi el 100% anual y principalmente causada por la frenética impresión de moneda del gobierno. Pero la prohibición lastimó a los productores y enfureció a sus clientes chinos.
Un compromiso más inteligente rendiría enormes beneficios. La Argentina necesita desesperadamente capital; China tiene grandes bolsillos. China ansía minerales; la Argentina tiene montañas de ellos. En lugar de explotar esas oportunidades, el actual gobierno de peronistas irritables de izquierda le ha dado prioridad a los lazos políticos y diplomáticos con China, lo que alarma a los Estados Unidos. Un gobierno más pragmático buscaría llevarse bien con ambas grandes potencias mientras se toma plena ventaja de la forma en que las economías argentina y china se complementan entre sí. La próxima elección nacional argentina, a realizarse en octubre, puede llevar a un gobierno así al poder.
En décadas recientes la relación económica entre la Argentina y China floreció. El comercio bilateral pasó de USD2,3 miles de millones en 2001 a 26 mil en el año pasado. Varios grandes proyectos de inversión chinos fueron anunciados. Más de la mitad de los créditos concedidos por bancos comerciales chinos hacia América Latina entre 2007 y 2021 fueron para la Argentina, según Diálogo Interamericano, un centro de estudios de Washington (ver gráfico). La mayor parte se registró a partir de 2015. Una sucursal del ICBC, mayor banco comercial de China, domina la línea del horizonte cerca del palacio presidencial en Buenos Aires.
Últimamente, empero, el progreso se detuvo. Donde sea que la Argentina tenga una ventaja, el gobierno de Fernández la erosiona. La prohibición completa para exportar carne ya se eliminó, pero se mantiene sobre siete cortes populares, como el asado. Los cultivos son golpeados con impuestos a la exportación que van del 7% (para el aceite de girasol) a un devastador 33% para la soja. Esto desalienta inversiones y le cuesta a la Argentina una fortuna. Si tuviera políticas inteligentes a mitad de camino, podría agregar 25 mil millones de dólares en exportaciones anuales de granos y aceites en una década, estima David Miazzo de FADA, un centro de investigación. Esto equivale a un 5% del actual PBI. Pero el gobierno está desesperado de dinero de corto plazo y los barcos llenos de granos son difíciles de esconder y fáciles de gravar.
Las inversiones chinas que generan titulares muchas veces se topan con problemas. Hace un año, China anunció un acuerdo por 8 mil millones de dólares para construir una planta nuclear cerca de Buenos Aires. Estaba ansiosa por presumir con su tecnología nuclear Hualong One que hasta ahora sólo produce energía en la propia China. También esperaba comprometer a la Argentina en el tipo de relación de largo plazo que los proyectos nucleares requieren.
El problema es que la Argentina no puede afrontar el precio (que con intereses podría ascender a 13 mil millones de dólares, estima Julián Gadano, un ex funcionario de Energía). Sus reservas extranjeras netas son meros 2.500 millones de dólares, de acuerdo a Econviews, una consultora). La Argentina le debe al FMI más que ningún otro y está tratando de asegurarse otro salvavidas. Habiendo renegociado varias veces el proyecto nuclear, la Argentina le está rogando a los prestamistas chinos que cubran el 100% del costo, por encima del 85% anterior. El proyecto "no va a suceder", predice Gadano.
En 2014, durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner (que ahora es la vicepresidente del país), la Argentina pidió prestados 4.700 millones de dólares de tres bancos oficiales chinos para construir dos represas hidroeléctricas en Santa Cruz, el bastión político de Cristina Fernández. El pago de intereses es hoy una gran sangría en el presupuesto y las represas no ha producido nada de energía hasta ahora. El año pasado, firmas chinas parecían bien posicionadas para conseguir un contrato para la construcción de un gasoducto entre Vaca Muerta y Buenos Aires, uno de los principales yacimientos de gas y petróleo de esquisto del mundo. Pero después de algunas disputas, abandonaron la oferta. En 2020, Sinopec, un gigante petrolero chino, se retiró de la Argentina a causa de riñas con sindicatos.
El incentivo para invertir en energía se opaca por los controles de precios. Los hogares casi no pagan nada por la electricidad y la derrochan copiosamente. Los cortes de electricidad son comunes.
Más allá de su línea de negocios, "las empresas chinas tienen los mismos problemas de todas las compañías que quieren invertir en la Argentina", dice Gerardo Morales, gobernador de la provincia de Jujuy. Además de la alta inflación, los inversores deben lidiar con los controles de cambio, lo que hace difícil repatriar beneficios. Un sistema de tasas múltiples de cambio (hay como mínimo una docena para el dólar) causa confusión y distorsión. Los exportadores deben entregar sus dólares a la tasa oficial, que es aproximadamente la mitad de lo que valen. El gobierno asigna las divisas duras en un proceso alterado por la corrupción. Tasas especiales existen para cosas tales como conciertos de rock (el dólar Coldplay) y los servicios vía Internet (dólar Netflix). Las firmas chinas encuentran difícil operar en un país en el que las reglas cambian de dirección tan seguido e impredeciblemente como una pelota en los pies de Lionel Messi.
La Argentina está más interesada en ser el aliado de China que en su proveedor. La vicepresidente Fernández (sin parentesco con su jefe nominal) afirmó recientemente de manera efusiva que China era "el sistema capitalista más exitoso". China resalta similitudes entre Taiwán y Malvinas (Flaklands, en el original), un territorio británico que la Argentina reclama. (Un paralelo que no se menciona es que los malvineros, como los taiwaneses, no tienen el deseo de ser gobernados por su vecino más grande).
Muchos de los emprendimientos de la Argentina con China tienen mucho de simbolismo político y poco de sustancia económica. Algunos de estos han irritado a los Estados Unidos. El año pasado, Fernández anunció que se uniría a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Iniciative), un esquema chino de infraestructura global. El acuerdo no incluyó nuevos compromisos financieros. China construyó un observatorio espacial en la Patagonia, que afirma que tiene sólo propósitos científicos -la lejana latitud Sur le da una visión del cosmos no disponible para China. Otros sospechan que está espiando; a diferencia de un observatorio europeo similar, el de China está cerrado para ajenos y manejado por militares. En septiembre, el gobernador de Tierra del Fuego, en el extremo de la Argentina, ofreció su provincia como puerta de entrada de China para la Antártida, con una base logística para barcos.
La administración de Fernández debe haber subestimado la hostilidad que recientemente adoptaron los Estados Unidos hacia China y la determinación que ha adoptado para evitar que China haga pie en su hemisferio. Cualquier cosa que parezca una actividad militar china en la región con seguridad enfurecerá a cualquier gobierno estadounidense. Pese a que la Argentina no se parece a las dictaduras de Cuba o Venezuela, algunos conservadores de cabeza caliente en Washington sugieren que se está encaminando en esa dirección. El 28 de febrero, María Elvira Salazar, una legisladora estadounidense, le dijo al Congreso que la Argentina realizó un acuerdo con China para construir aviones de combate en su país con tecnología china. Lo llamó un "pacto con el Diablo que podría traer consecuencias de proporciones bíblicas". El gobierno argentino afirmó que no existe tal plan.
Pese a que los peronistas sospechan del gobierno de Washington, no quieren alejarlo, especialmente porque el apoyo del FMI depende de la buena voluntad de EE.UU.. Han empezado a alejarse de los acuerdos con China que los Estados Unidos más objetan. La Argentina ahora dice que van a construir la base naval en Tierra del Fuego con su propio dinero, lo que significa que es improbable que suceda. Un plan argentino para comprar aviones de combate chinos fue cancelado en diciembre. La Argentina puede comprar ahora aviones clásicos de Estados Unidos en su lugar, si pudiera encontrar el dinero.
Frustrados con el gobierno central argentino, algunos inversores chinos están negociando directamente con gobiernos provinciales. El gobernador Morales, en Jujuy, ha realizado múltiples viajes a China. El suelo árido de esa provincia es poco útil para la agricultura pero tiene luz solar y minerales. Un parque solar en Cauchari, construído alto en el altiplano con dinero y tecnología chinos, produce suficiente electricidad para 160 mil hogares. Ahí cerca, un proyecto de litio chino-argentino de 852 millones de dólares, que se espera que empiece a producir este año el metal, que se usa en baterías de autos eléctricos. Morales dice que la Argentina tiene "grandes oportunidades...en un mundo hambriento de alimentos y energía". Recibiría "flujos de inversiones mucho más grandes" si removiera los controles de cambio y tuviera un solo tipo de cambio.
Se espera que la elección de octubre traiga un gobierno con políticas económicas más razonables, que debería ayudar en las relaciones comerciales con China. También sería menos entusiasta que los peronistas para promover las ambiciones chinas en el hemisferio occidental. "Somos democráticos y creemos en los derechos humanos. No compartimos la visión del mundo (de los chinos)" dice un alto miembro de la oposición. Pero econonómicamente, "ellos necesitan los que tenemos, y deberíamos tomar ventaja de ello, (exportando) minerales y alimentos". Giusto está de acuerdo. Uruguay, el vecino de la Argentina, que está mejor gobernado, mantiene excelentes relaciones con Estados Unidos y buenas con China, observa. Exporta carne y se maneja predeciblemente.
El régimen comunista china puede refunfuñar si la Argentina elige un gobierno que sea menos amigable con sus objetivos estratégicos y más cercano a los EE.UU.. Pero si eso hace su política económica menos chiflada, los inversores chinos pueden darle la bienvenida quedamente.