La preocupación excede el cálculo electoral: remite a la delgada pero inexorable línea que cruza transversal la cotidianeidad (y la lucha por la supervivencia) de millones de argentinos. Por eso es tan importante analizar qué es lo que espera el Gobierno que pase con la economía.
Inflación. En una sola palabra se resume el principal desafío para que el oficialismo logre llegar en buena forma a las elecciones de octubre. Pero hay más: dólar, tasas, devaluación, tarifas, canasta básica. Por supuesto, la preocupación excede el cálculo electoral: remite a la delgada pero inexorable línea que cruza transversal la cotidianeidad (y la lucha por la supervivencia) de millones de argentinos. Por eso es tan importante analizar qué es lo que espera el Gobierno que pase con la economía.
Al margen de las estrategias de control de precios, e incluso incorporando en la ecuación las intermitentes mesas de diálogo sectorial que cobija la bandera de "precios y salarios", en las últimas semanas se ha sumado un nuevo actor, clave, en esa pelea desigual. El Banco Central ha dibujado una trayectoria para lo que queda del año que, en síntesis, buscará ralentizar el avance de los precios. La novedad es que, en gran medida, gran parte de la ejecución del BCRA quedará sujeta a resultados. Dicho en criollo, en la entidad esperan realmente que el plan funcione, que baje la inflación. Cuenta para ello con algunas herramientas que, evolución mediante, darán cuenta de estos esfuerzos, pero donde pueden mencionarse dos: dólar y tasa de interés. Ambas esferas -determinantes en términos financieros- ofrecen algunos matices, por ejemplo, de velocidad de ejecución.
Una lectura superficial podrá asegurar que el Gobierno viene haciendo su mayor esfuerzo para dormir muchos desequilibrios que arrastra la economía, en algunos casos, desde hace varios años. El dato promisorio de las últimas horas es que, en los despachos oficiales, los números de recuperación económica dan por encima de las estimaciones presupuestarias, empardando el 7% del cual habla en privado el ministro Guzmán. Esto plantea un segundo escenario a analizar: por cada punto de crecimiento se estima un incremento de tres puntos en las importaciones. Ergo, a cada paso de reactivación, surge asociada una demanda (muchas veces no satisfecha) de dólares para pagar importaciones, que podría mitigar esa expansión de actividad. He ahí un punto a resolver que la gerencia del BCRA analiza.
Como se dijo, la meta principal es bajar las pulsaciones del mercado cambiario, y que en esa especie de sueño eterno el BCRA surja como el ganador, es decir, el que pueda adquirir las divisas. Una mirada rápida, muestra un "pico" devaluatorio de 3,8% mensual en febrero pasado. De ahí, estiman probable que esa velocidad podría reducirse a la mitad a mediados de año, en torno a un 2% mensual. De mantenerse a ese ritmo, se llegaría con un dólar mayorista en $101 (julio) y $103 (agosto). Una rápida mirada, arroja que en la tierra del Rofex, el arranque del año descontaba una devaluación cercana al 60%, si bien ahora no llega al 45% y podría descender más.
En los pasillos de la entidad que conduce Miguel Pesce aseguran que los próximos meses se seguirá de la misma manera: al margen de las cautelares, habrá una administración celosa de las divisas para el comercio exterior, bajo la premisa de que sólo habrá dólares para aquellos jugadores que efectivamente deban pagar una mercadería que ingresa en el país y algunas deudas que deban cancelarse. No hay dólares para pagar nada más. En este sentido, se entiende que podría haber algunos cambios, marginales, en el mecanismo que restringe el acceso al mercado de cambios. Estas modificaciones serán, entonces, reactivas a lo que proponga la circunstancia. A favor están los precios internacionales del agro, e incluso el ingreso de dólares para pagar el impuesto a la riqueza que en el BCRA monitorean de cerca.
Por otro lado, sabido es que, en el mercado bursátil, para acortar la brecha cambiaria se instrumentó hace unos meses una operatoria con bonos (por ejemplo, el AL30): en esa operación el BCRA vende en el Contado con Liquidación (CCL) a $140 una parte de los dólares que compra en el mercado oficial a $95. Para que la ecuación fuese más contundente, se supone que producto de esta alquimia el BCRA debería poder acumular reservas netas. Sin embargo, esto no tiene lugar (por ahora) debido a que los dólares adquiridos en el mercado oficial no son suficientes para vender dólares en el CCL y, a la vez, cancelar deuda con organismos como el FMI.
De todas formas, este escenario pareciera coadyuvar para que la inflación comience a descender. Las calculadoras oficiales estiman que en abril o mayo comenzaría a verse este fenómeno, si la reactivación no termina por calentar los precios del todo. Apuestan mucho a que eso tenga lugar. Para ello, se seguirá deslizando a menor velocidad el tipo de cambio oficial, lo que congela la brecha, permite a su vez, subir, muy poco, las tarifas e incentiva, indirectamente, a que los controles de precios puedan tener un mayor efecto, mitigando las expectativas inflacionarias (y las subas salariales). La nota al pie, es que el BCRA tiene en claro que tampoco puede dejar atrasada la cotización de la divisa, y que esperará "ventanas de oportunidad" para ir actualizando el número. En rigor, se esperará que frene la inflación para habilitar algún tipo de corrección alcista en la velocidad devaluatoria.
Para el final, las tasas. Desde que asumió el Gobierno, el BCRA se dedicó a bajar las tasas de interés. En aquellos tiempos, con la Leliq en el 60% anual que fue bajando hasta un 38%. También la tasa de pases, que pasó del 50% anual al 12%. Al llegar la pandemia, se frenó el camino descendente y, en cambio, la entidad empezó a dar a luz un set de líneas de crédito a tasas preferenciales, al tiempo que puso topes a la tenencia de Leliq. En ese momento, la sumatoria de la emisión monetaria junto a las tasas de interés más bajas y el tope a la tenencia de Leliq, decantó en un recorte de la tasa de interés que pagan los plazos fijos, lo que terminó estirando la brecha cambiaria. Sin embargo, recálculo mediante, puso nuevos topes más altos a la tenencia de Leliq para los bancos (absorbió más pesos emitidos) mientras que también subió la de los pases a 32%. Con respecto a los plazos fijos, la idea es que ese instrumento permita desalentar la dolarización y "quedarse en pesos". Para eso, no sólo puso un piso a la tasa de plazo fijo que pagan los bancos, sino que además, buscó -y busca- difundir las bondades del plazo fijo uva, que paga por encima de la inflación. Los plazos fijos uva tocaron un récord en febrero al traspasar el stock de los $100.000 millones, un salto de 141% desde septiembre pasado que muestra cómo la inflación y la ralentización en la velocidad de la devaluación es percibida como algo que va a durar todo el año. Es probale que así sea.