Se trata de un elemento que ayuda a posicionar los productos en el exterior, aunque, según los empresarios, hace falta más promoción; como ventaja, hay un reintegro del 0,5% de las retenciones a las exportaciones para quienes cumplan con los requisitos /
CÓRDOBA.- El sello Alimentos Argentinos es una herramienta que pueden usar los productores desde 2005. Además de auditar el proceso de fabricación y los insumos, incluye un reintegro del 0,5% de las retenciones a las exportaciones. En muchos casos ese es el motivo principal por el que se tramita ya que, aseguran los empresarios, el valor del sello no está difundido afuera del país y, por ende, no aporta a la marca. Son 1800 productos de 79 empresas que exportan a 88 mercados los que integran el sistema Alimentos Argentinos, según los datos del Ministerio de Agricultura.
Siempre según esa fuente, en 2017 los certificados eran 129 (4 toneladas) y el reintegro alcanzó los US$16.556; al año siguiente ya eran 2649 y US$ 647.060 de devolución. Siguió la evolución para sumar 7339 certificaciones en 2019 y un millón de dólares de reintegros, y el año pasado, 22.779 certificaciones y US$2.935.703 en reintegros.
Pablo Morón, director de Agregado de Valor y Calidad de la Secretaría de Alimentos, explica que la certificación se ideó como un camino "de diferenciación" y fue aprobada por ley por unanimidad: "En las estrategias competitivas lo que buscan las empresas es identificar un atributo; el sello toma en cuenta el proceso de producción, el envase, todo. Son diferenciales que se pueden determinar y que terminan por establecer una calidad que está por encima de la exigida en el Código Alimentario Argentino".
Dulce de leche, alfajores, quesos, yerba mate, carne, aceite de oliva, frutos rojos, maní, pera, manzanas, cerezas, limones, mieles, mostos, hongos, corderos y harinas de maíz son algunos de los productos que tienen el sello. Los interesados en obtenerlo deben demostrar que cumplen con el protocolo correspondiente; la certificación se renueva cada dos años.
Los protocolos son elaborados en forma conjunta entre el sector público y privado en función de las características del producto, proceso y envase. Siempre se toma como referencia el Código Alimentario Argentino, establecimientos habilitados e instrumentación de un sistema de trazabilidad. Los requerimientos apuntan a las exigencias de los mercados internacionales. Las auditorías periódicas están a cargo de consultoras habilitadas.
"Hay una imagen mental que se fundamenta en lo que proyectan los países y en el caso de la Argentina, la existente en torno a sus alimentos es muy buena -añade Morón-. El país tiene construida una imagen de proveedor confiable de alimentos y en una góndola podría ayudar a la elección de un consumidor". El sello es tanto de uso para exportadores como para el mercado interno.
El funcionario menciona que se han elaborado unos 60 protocolos; se hacen en función del producto. Advierte que las condiciones fijadas se deben mantener en el tiempo por lo que siempre el sello se asocia con un sistema de gestión de calidad y que, además, permite una reduc "falta ción de costos por la mejora en la eficiencia.
Los productos que llevan el sello, además del reintegro del 0,5%, tienen la posibilidad de participar en ferias, exposiciones, seminarios y rondas de negocios nacionales e internacionales a partir del trabajo articulado entre el Ministerio de Agricultura y la Agencia Argentina de Inversiones y Comercio Internacional (AAICI). Cuentan además con prioridad en la participación en cursos, capacitaciones, escuelas de negocios y proyectos organizados por el Ministerio y con la promoción institucional en el catálogo web, lo que incrementa sus posibilidades de mantener la comunicación sobre la empresa y sus productos en el exterior.
Más promoción
José Filipe Torres, presidente de Bloom Consulting -la firma que elabora un ranking internacional que analiza la efectividad de las estrategias para crear una marca país y su posterior impacto en el PBI- admite que los alimentos argentinos, en especial la carne y los vinos, tienen buena percepción pero ratifica que todavía queda espacio para seguir trabajando y conseguir mayor fortaleza.
Decisiones como interrumpir la exportación de carne, afectan negativamente y complican a futuro; apunta que esas resoluciones solo son aceptadas cuando se vinculan con aspectos sanitarios o de calidad, porque sino "fomentan posibles clichés que pueden existir sobre la Argentina" y menciona que la de seriedad" es un aspecto que aparece en las mediciones.
Desde el sector empresario subrayan que esta certificación en especial debería tener más promoción por parte del Estado porque los privados, en la mayoría de los casos, no tienen la fuerza necesaria para comunicar que tienen el sello. Por caso, Alejandro Bertin, CEO de San Ignacio -la única marca argentina de dulce de leche que se exporta- enfatiza que debería ser una política de Estado el hecho de publicitarlo, "dar los detalles de que los fabricantes son controlados, que se da fe de la calidad, de la autenticidad", aconseja.
Para el dulce de leche, dice Bertin, el sello debería jugar un papel clave ya que en el mercado hay otros fabricados en diferentes lugares y con distintos componentes que terminan compitiendo con el argentino. Repasa que en el sector lácteo se discutió y se rechazó el empleo de la denominación de origen; esa indicación es utilizada para productos que tienen un origen geográfico concreto y cuyas cualidades, reputación y características se deben esencialmente a ese lugar.
Un caso típico son los quesos; como la industria láctea argentina rechazó un pedido de la Unión Europea para la protección de los nombres de quesos que se elaboran y comercializan masivamente en la Argentina, no entendió que fuera lógico gestionarla para el dulce de leche. "Perdimos el partido", define Bertin y añade que la decisión de tramitar el sello de alimentos argentinos que tienen hace tres años fue para "diferenciar" el que elaboran de otros.
"Participamos activamente en el comercio exterior del dulce de leche y competimos con los que se hacen en otros lados y que llaman ‘manjar, manjar blanco o cajeta' -describe-. Teníamos la aspiración de diferenciarnos e incluso los clientes lo plantearon; contar con algo que nos identifique como ‘argentino' ya que hay muchos que distorsionan el producto y agregan ingredientes que no están en el Código Alimentario Argentino. Vamos a las góndolas de diferentes lugares del mundo y es bueno que sepan que somos un dulce de leche auténticamente argentino"
Daniel Carrizo, desde la empresa que produce el aceite de oliva Aimurai en Chilecito (La Rioja), coincide que el sello requiere de más acciones, de más promoción "en ferias internacionales, incluso aunque no participe la empresa, pero debería haber una góndola oficial mostrando los que están certificados; eso serviría para llevarlo a otro nivel, para masificarlo". Otro aspecto que tiene cuestionamientos desde los privados es qué productos no envasados puedan certificar. El fundamento de esa objeción es que si después se convierte en insumo o es manipulado, ya no es el mismo que salió de la Argentina. La mayoría afirma que el sello solo debería alcanzar a productos que generan valor agregado.
Los por qué
La bodega Familia Zuccardi (también dueña de Santa Julia) destina el 65% de su producción al exterior; en 2020 facturaron US$40 millones por lo que reconocen que el reintegro del 0,5% es "importante". Cuentan con el sello desde 2019 y en octubre próximo lo deben renovar. Leandro Lowi, a cargo de Comercio exterior de la firma, explica que no todos los vinos salen con la certificación.
Señala que el trámite no es simple. Para que haya aval se deben mandar muestras al Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) para que haga una cata y otorgue un certificado "sensorial". A las muestras se les otorgan puntos y se deben sumar más de 90 puntos: "No todos logran esa valoración; la apuesta es a que no sólo sea una identificación de la Argentina sino de calidad, de agregar valor".
Low comenta que incluso debieron rehacer etiquetas. "No lo usamos como argumento de venta sino que fue una forma de ponernos a prueba a nosotros mismos", añade.
Desde el Establecimiento Las Marías -productor de las yerbas Taragüí, Unión y Mañanita-, su responsable de Comercio Exterior, Nicolás Jovanovich, repasa que obtuvieron el sello en diciembre de 2008. Estuvieron entre las primeras empresas en certificar. Lo hicieron para la variedad con palo que es la que más se exporta.
Cada dos paquetes de yerba que exporta la Argentina, uno es de la firma. Usan el sello principalmente para la marca Taraguí, pero también está disponible para las otras dos marcas. Las Marías procesa unas 56.000 toneladas anuales y venden afuera, con esa certificación, unas 4000.
La decisión de hacer el procedimiento, dice Jovanovich, fue multicausal. Por un lado, el beneficio a nivel de reintegros y porque es "sinónimo de calidad; somos una suerte de embajadores de la Argentina en el mundo y un sello que lo avalara es consistente con nuestra propuesta valor". Admite que el país no ha hecho, todavía, una construcción a nivel mundial, un proceso que "lleva muchos años y mucha inversión".
Adela Luna es la encargada de Certificaciones de Agroberries, una empresa exportadora de arándanos que produce en campos propios y de terceros en dos campos de Concordia (Entre Ríos) y uno de Corrientes. Venden alrededor de un millón de kilos al año y tienen varias certificaciones más, incluida la de "orgánicos".
"Hay otras que son las que exigen los clientes -sostiene-. En este caso, sirve principalmente por el porcentaje de reintegro que se suma al que recibimos por orgánicos. En definitiva es un aporte a la calidad y también económico". Sus arándanos llegan a Estados Unidos, Canadá y Europa; los clientes les pidieron que el sello fuera en la caja y no en el envase individual.
En el caso del aceite de oliva Aimurai -el 98% va afuera- en sus mercados (Brasil, Colombia, Bolivia, Paraguay) el sello consolida la marca del aceite de oliva argentino, según los productores.