De acuerdo con analistas y economistas, es importante prestar atención a una serie de indicadores que pueden señalar una recesión en este sector crucial.
Uno de los primeros signos es la disminución de los ingresos agrícolas. Un ejemplo claro es el pronóstico del USDA, que anticipa una caída significativa en los ingresos agrícolas netos para 2024, siguiendo la tendencia marcada en 2023. Este tipo de disminución consecutiva es una de las más importantes en la historia reciente del sector.
Los precios de las materias primas también juegan un rol fundamental. Cuando los precios de productos clave, como los cultivos y productos pecuarios, empiezan a descender marcadamente, los agricultores se ven en serios problemas económicos, aunque sectores como el de la carne aún demuestran cierta fortaleza.
A estos problemas se suman los elevados costos de los insumos. Elementos como los fertilizantes, combustible y mano de obra han mantenido altos precios, lo que afecta directamente la rentabilidad de las explotaciones agrícolas.
Otro factor crítico es la reducción de las exportaciones agrícolas, lo que sugiere una desaceleración en la demanda global. El USDA predice que en 2025 el déficit comercial agrícola en Estados Unidos alcanzará los 42.500 millones de dólares, lo que marcaría el tercer año consecutivo de resultados negativos en este ámbito.
El incremento en la deuda agrícola es también un indicador preocupante, especialmente cuando el flujo de caja no crece al mismo ritmo. Si a esto se le suman las altas tasas de interés, las finanzas del sector se ven aún más presionadas.
Finalmente, cuando se observan condiciones crediticias débiles, como la reducción en las tasas de reembolso de préstamos o un incremento en las prórrogas, acompañado de una demanda decreciente de ciertos productos agrícolas, es un claro indicio de estrés financiero generalizado.
Cuando estos factores se combinan y afectan a un gran número de agricultores en diversas regiones, puede afirmarse que el sector agrícola está en recesión.