Cualquier cuestión económica que involucre a China inmediatamente conmueve a la agricultura del planeta. Es que se trata del cliente número 1 para gran cantidad de commodities generados en el agro. Por eso todos quieren entrever los movimientos del gigante asiático, adelantarse a sus necesidades.
Lo cierto es que China sigue su proceso de liberalización de mercados. Desde que en los '80 el país se abrió al comercio con Occidente, éste ha sido el espejo en el cual mirarse, y eso incluye desde luego hábitos alimentarios que cambian aceleradamente. Una liberalización más amplia de la actividad productiva y comercial, y de la economía toda, junto con la flotación del renminbi (la moneda oficial del país; su unidad básica es el yuan) implicaría mayor poder de compra y requeriría una oferta más elevada para encontrar la demanda que habrá de generarse. Sería una muy buena noticia para nuestra soja y sus derivados. En realidad para todos los productos agropecuarios que enviamos a esta nación.
Desde que ingresó a la Organización Mundial de Comercio en 2001 China se ha convertido en el mayor exportador mundial y en el segundo importador global. Su clase media no cesa de crecer, lo mismo que la demanda por proteínas. Y el anuncio de un programa destinado a aumentar hacia 2020 el uso de etanol elaborado a partir del maíz tiene en vilo a los exportadores del planeta. Es que no va a alcanzar con lo que los chinos tienen en casa, y todos quieren sumarse a la lista de vendedores. aD7