Por una Latinoamérica libre de populismos
Casi todos los países de la región son ricos en recursos, por lo que no logran explicar las causas de sus fracasos. Nuestros países son eternas promesas.
Como en otros países de nuestra región que sufrieron las consecuencias del Socialismo del Siglo XXI, Bolivia se encuentra en una grave crisis económica, política, social y cultural. Hoy vemos la verdadera cara de este populismo, tras haberlo sufrido durante los últimos veinte años. Para Argentina fue el kirchnerismo; para Bolivia, el Movimiento al Socialismo (MAS) y Evo Morales. Las coincidencias de sus efectos sobre nuestros países son escalofriantes.
La crisis boliviana se debe, como en Argentina, a que el Estado gastó más de lo que tenía y mucho de ese dinero no se invirtió bien: se despilfarró o se robó.
En Bolivia se calcula el despilfarro de estas décadas de Evo Morales y Arce en más de 120.000 millones de dólares. Un verdadero saqueo: 60.000 millones de rentas del gas; 40.000 millones de créditos fiscales y pérdidas de reservas del Banco Central de Bolivia (BCB); 13.000 millones de dólares de la contratación de deuda externa y 8.000 millones de dólares de préstamos de los fondos de pensiones.
¿Cuáles son las consecuencias de todo esto? Que ahora que necesitamos los dólares para financiar el crecimiento y el desarrollo de la economía, estos no están. En cambio, las que sí están son las largas colas por diésel y gasolina, un mercado paralelo de dólares y una creciente incertidumbre sobre el futuro de nuestro país. El populismo no es otra cosa que pan para hoy, hambre para mañana.
Nuestros mayores problemas tienen como origen el déficit fiscal, es decir, la obesidad del Estado y la simultánea anemia productiva. El Estado boliviano costaba 2.270 millones de dólares al año antes de que el MAS llegase al poder, pero en 2024 este consumirá más de 21.000 millones de dólares: nueve veces más. Nuestro Estado gasta cada año un equivalente al 80% del PIB, un gasto descomunal comparado con el de Paraguay (30%), Chile (28%) o Estados Unidos (35%).
El Estado ha ganado cada vez más peso por las empresas públicas que han sido creadas por el MAS. El estudio "Solo ruido, nada de nueces" realizado en 2023 por el economista Julio Linares, establece que las 17 empresas estatales creadas por el MAS perdieron más de 4.000 millones de bolivianos (unos 400 millones de dólares) entre 2007 y 2022, y que se prestaron 35.491 millones de bolivianos (3.500 millones de dólares) del BCB. Esta deuda, por supuesto, nunca será repagada.
La falta de visión del populismo también se evidenció, por ejemplo, en la pésima política energética estatista del MAS, que causó que Bolivia, que era el gran exportador de gas de la región, tenga actualmente serios problemas para seguir exportando. Vendemos gas por alrededor de 2.000 millones de dólares e importamos gasolina y diésel por más de 3.000 millones.
Esta brecha explica la mayor parte de los problemas coyunturales de la economía nacional. Es el fruto de la falta de inversión en exploración y de haber ahuyentado al sector privado. Nos muestra lo que no hay que hacer: hipotecar a las próximas generaciones.
Hoy Bolivia se encuentra en un punto de quiebre: el MAS está convulsionado por una pelea feroz entre el presidente Luis Arce (ex ministro de Economía de Evo Morales y candidato nombrado por él para las elecciones de 2020) y el propio Morales, la cual ha llegado a niveles inimaginables. El resultado es un país en una profunda crisis política, con una gran incertidumbre y con grandes obstáculos para trabajar y producir.
Esta historia se ha repetido en varios países de la región por donde pasó el populismo de izquierda. El ejemplo más extremo es el de Venezuela. Y, hay que decirlo, todos los demás países se han reflejado en mayor o menor medida en el espejo de Venezuela. Algunos, como Argentina, se rebelaron contra ese destino, pero otros continúan tratando de parecerse a la dictadura empobrecedora de los venezolanos.
La falta de institucionalidad también ha sido una marca registrada de estos modelos. El caso extremo, otra vez, ha sido Venezuela, en dónde el régimen controla todos los poderes del Estado, incluida la justicia. Hemos visto la reciente estafa con la que le arrebataron la elección a Edmundo González.
Hoy en Bolivia también tenemos presos políticos y una justicia que ha sido destruida, lo cual no solo ha atentado contra el Estado de Derecho, sino también ha ahuyentado la inversión extranjera y el desarrollo de nuestra nación. Pero todavía contamos con una posible salida: el voto de los bolivianos para cambiar este panorama en 2025.
Todos los sudamericanos hemos visto con preocupación el éxodo venezolano, que ha dividido a miles de familias, y su impacto en las economías de los países limítrofes. ¿Cuántos se hubieran ido de la Argentina si continuaba otro gobierno kirchnerista? ¿Cuántos bolivianos se irán si el MAS no es derrotado el próximo año?
Los populismos también han fragmentado a nuestras sociedades. Han movilizado rencores profundos y divisiones sociales. Han utilizado fondos estatales para cooptar voluntades y, en última instancia, generar núcleos duros de votantes que son minorías profesionales del caos. Esto se vio con los piquetes permanentes en la Argentina o se ve en Bolivia con los cortes de caminos de los "evistas".
En Bolivia, algunos líderes opositores estamos trabajando para conformar una fuerza unitaria que pueda acabar electoralmente con el populismo. No se nos puede escapar de las manos la posibilidad de terminar esta dolorosa etapa de nuestra historia. Esta confluencia es alentadora. Derrotar al MAS debe ser la prioridad número uno, porque es la vía que nos permitirá llegar al poder para estabilizar la economía, terminar con el déficit, recuperar las inversiones y abrir Bolivia al mundo. En otras palabras: para volver a generar confianza. Tenemos una chance, así como también la tiene Argentina.
A pesar de todos los problemas, nuestros países tienen grandes oportunidades. Bolivia posee el 25% de las reservas mundiales de litio; Argentina el 23% y Chile el 12%. Este es un recurso cada vez más estratégico para el mundo. Debemos pensar en el largo plazo y ser inteligentes para que esta vez esta riqueza sea la base del desarrollo pendiente de nuestras naciones.
Otro recurso cada vez más estratégico es el conocimiento y la creatividad. Es nuestra obligación que la educación de nuestros países dé las herramientas a los jóvenes para que compitan en una cada vez más expansiva economía del conocimiento. Me atrevo a decir que gran parte de lo que se obtenga de nuestras riquezas naturales -que son finitas- debe invertirse en esta apuesta por la transformación de la educación.
Casi todos los países de la región son ricos en recursos, por lo que no logran explicar las causas de sus fracasos. Nuestros países son eternas promesas. En mi opinión, esto se debe a la proliferación de malas ideas en Latinoamérica. El nuevo mapa latinoamericano debe pintarse con las ideas correctas: libre mercado, mérito, sana competencia, eficiencia, modernización, institucionalidad y transparencia.
En lo que han demostrado gran astucia los populismos de izquierda en nuestra región, hay que reconocerlo, es en haber planteado un proyecto regional coordinado. Esto nos enseña y nos obliga a trabajar de forma conjunta entre todos los demócratas latinoamericanos que creemos en la libertad, el mercado y las instituciones fuertes como medios idóneos para sacar a nuestros países de la pobreza estructural y la falta de desarrollo que sufren.
Debemos colaborar entre todos en la construcción de un mejor continente para nuestros hijos y nuestros nietos. Debemos construir una Latinoamérica libre de populismos.
En Bolivia, en pocos meses tendremos una gran oportunidad para hacerlo.