Una mala cosecha complica el 2023
La primera semana del 2023 fue, en materia climática, una continuación de las últimas del 2022 y no marcó el cambio de tendencia necesario para revertir los malos pronósticos de cosecha.
La primera semana del 2023 fue, en materia climática, una continuación de las últimas del 2022 y no marcó el cambio de tendencia necesario para revertir los malos pronósticos de cosecha.
Las escasas lluvias registradas durante el fin de semana pasado se borraron del suelo con el regreso y la persistencia de las altas temperaturas, y la falta de humedad podría seguir recortando el área de siembra sobre el final de esta etapa.
La cosecha fina ya llegó prácticamente a su final (según los relevamientos de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires quedaría por recolectar apenas el 0,5% de la superficie), con un volumen producido de 12,4 millones de toneladas, frente a los 22,4 millones de toneladas de la campaña 2021-2022.Esto implica una caída interanual del 45% en la producción total, que es producto de la combinación de una reducción de casi 10% en el área sembrada en relación con la campaña anterior y del 34% en el rendimiento medio nacional. La sequía en la etapa inicial del proceso (en junio y julio se siembra el 80% del trigo) recortó el área sembrable y la persistencia del fenómeno deterioró el rinde de los campos que se habían sembrado.
Con una merma interanual del 45%, esta campaña triguera se ubica entre las tres con mayor caída desde la década del ?70, de acuerdo con las estadísticas de la Secretaría de Agricultura.
Proyectando la cosecha gruesa, y contabilizando únicamente los dos granos más relevantes (soja y maíz), lo primero a tener en cuenta es que el área sembrada de soja mantiene una demora de 5 p.p. con respecto al año pasado.
De completarse la etapa de siembra a lo largo de las próximas semanas, el área implantada sería igual a la del 2021-2022 (16,7 millones de hectáreas).
pero no hay que descartar que la demora en la siembra se transforme en un recorte del área si no se registran precipitaciones.
El maíz sufre un fenómeno algo más alarmante: demora de 7,5 p.p. en el ritmo de siembra, pero ya con una proyección de área total de -5% al haber dejado afuera a unas 400.000 hectáreas respecto de la campaña pasada.
Según las estimaciones de rindes que se hagan, los volúmenes cosechados varían considerablemente. Tomando como escenario base los rindes promedios registrados en los últimos dos episodios relevantes de sequía para cada uno de los dos cultivos, podría pensarse en 32,3 millones de toneladas de soja y 40,1 millones de toneladas de maíz.
En este caso, la caída interanual en la producción sería de un 22% en conjunto, provocando un daño considerable en el producto bruto del sector para este año.
Este panorama impactará negativamente en el desempeño de la economía en su conjunto por tres canales: n El efecto directo sobre el PBI n El efecto indirecto sobre la demanda agregada n El efecto en el mercado de cambios.
El efecto directo es el más fácil de calcular y nos indica que el PBI tendría una contribución negativa por parte del PBI agropecuario de una magnitud aproximada de -1,75% en comparación con el 2022.
El efecto indirecto sobre la demanda agregada tiene que ver con la contracción del gasto privado que se registrará como consecuencia de un menor ingreso en todo el entramado del sistema de agronegocios.Es obvio el sentido negativo del mismo, aunque no es fácil estimar su alcance y delimitación.
Por último, el efecto en el mercado de cambios tiene que ver con el papel fundamental que cumple el sector agroindustrial en el abastecimiento de dólares. Si durante 2021 y 2022 (con cosechas récord de USD40.000 millones y USD47.000 millones, respectivamente, contabilizando soja, maíz y trigo) el balance cambiario estuvo tensionado, lo estará aún más durante el 2023.
Sumando los tres cultivos más relevantes (el trigo ya definido, soja y maíz aún por definir) y usando los precios de mercado, la valorización total de la cosecha sería de aproximadamente USD32.000 millones, lo que implicaría una pérdida de USD14.700 millones con respecto a la del año pasado.
Dado que el efecto del trigo ya se ha materializado (lo más fuerte de la liquidación de trigo se da en diciembre), la economía debería digerir una merma en la oferta de divisas de unos USD11.600 millones en concepto de menor soja y menor maíz en relación con la campaña del año pasado a lo largo de los próximos meses.
Ciertamente ampliando algo el horizonte, una cosecha valorizada en USD32.000 millones luce muy positiva en comparación con las del promedio 2017-2020. Sin embargo, esto es resultado puramente de los buenos precios internacionales que, al día de hoy, aún perduran como consecuencia de la invasión rusa a Ucrania y de los rezagos de la política monetaria ultraexpansiva de la Fed durante la pandemia.
De todas maneras, más allá del número absoluto, lo relevante para el análisis es el cambio relativo al último ejercicio.
Como comentamos previamente, el Gobierno debió acudir durante el año pasado a restricciones de demanda (múltiples cepos) y a estímulos de oferta (dólar soja) para lograr, a duras penas, cumplir con el incremento de reservas internacionales acordado con el FMI (USD5.000 millones).
Así, con una cosecha menor, la oferta de dólares en el mercado se verá restringida este año, haciendo imposible el cumplimiento de la meta pactada con el FMI que establece que el BCRA debería acumular USD9.800 millones de reservas netas, casi el doble requerido el año pasado.
Complementariamente, la implementación del dólar soja en septiembre y en diciembre ha generado una señal por parte de los exportadores que podrían especular con nuevas implementaciones de estos esquemas durante el 2023 y así demorar la liquidación tensionando aún más el mercado cambiario.
En principio este fenómeno generaría una persistencia de las altas tasas de inflación que hemos visto en los últimos meses y, llegado a un extremo, podría provocar una disrupción cambiaria de mayor magnitud con la consecuente aceleración inflacionaria y la contracción de la demanda agregada.
En conclusión, el inicio del nuevo año luce poco alentador en materia económica. A los desequilibrios macroeconómicos que arrastra del 2022 se le suma un shock climático que complicará el abastecimiento del mercado de cambios en un año en el cual el FMI no hará desembolsos netos positivos ya que los vencimientos que enfrentamos con la institución superarán los giros pautados.
El resultado será una economía que no logrará bajar la tasa de inflación considerablemente sino que, por el contrario, corre riesgo de sufrir una nueva aceleración (luego de haber pasado del 55% al 95% a lo largo de 2022), seguida de una caída en el PBI. Un escenario negativo para las pretensiones políticas del oficialismo.